La Facultad de Filología de Salamanca responde a la Ministra
Salamanca, 23 de marzo de 2009
Ministra de Ciencia e Innovación
C/ Albacete, 5
28027 Madrid.
Señora Ministra:
Hace unos meses declaró usted en una entrevista del diario El País, a propósito de las Humanidades, que “el Estado tiene que preservar en la universidad pública, sin ninguna duda, todas las áreas del conocimiento, y las Humanidades tienen que jugar un papel muy importante. Pero las Humanidades tienen que implicarse mucho más de lo que están en el campo científico y tecnológico. Y esto implica un cambio de actitud: en este Ministerio encontrarán la puerta abierta para analizar aquellos proyectos que nos presenten”.
Y en efecto, hoy día domina entre los políticos la idea de que las Ciencias Humanas deben preservarse, pero al precio de “reciclarse”, homologándose en lo posible con las demás. Una idea peligrosa, que al ignorar lo específico de estas ciencias y de sus métodos y objetivos, está comprometiendo tanto la calidad de su trabajo como el rendimiento social, político y cultural que se les debe exigir.
Esta Facultad desearía poner aquí la primera piedra para un debate público riguroso no sólo sobre la naturaleza de las Ciencias Humanas, sino también sobre su función en la sociedad, con el fin de ofrecer a la política científica criterios adecuados para su gestión.
Cómo son las Ciencias Humanas
En las ciencias experimentales y la tecnología el progreso se debe a un paradigma de trabajo y pensamiento marcado por ciertas constricciones metodológicas, en particular por el uso de “lenguajes reducidos”, esto es, lenguajes cuya sintaxis es matemática y cuyo vocabulario es el definido en sus fórmulas o ecuaciones. Gracias a esta “autolimitación”, que garantiza en la investigación una objetividad libre de cualquier “contaminación” subjetiva, ésta puede multiplicar su complejidad y rendimiento.
Nuestro paradigma teórico y metodológico, por el contrario, es otro. La historia, la filosofía y la filología, la argumentación jurídica, política, ética y estética, no pueden basarse en limitaciones de esa clase. Sólo para cometidos auxiliares precisos recurrimos los humanistas a métodos científicos, y entonces sí: utilizamos sin restricciones las TIC, restringimos nuestro vocabulario y nuestra sintaxis, y hacemos estadísticas, definimos parámetros, verificamos hechos, organizamos experimentos y los evaluamos. En suma: tratamos también de “objetos”.
Pero los temas centrales de los que nos ocupamos no son exactamente “objetos”. Lo que estudian un filólogo, un historiador o un jurista rara vez es un “dato” acotado y aislable. Es por el contrario casi siempre “hecho interpretado” y “texto de otro“, que sólo adquiere su sentido y acotación para la ciencia cuando el estudioso sale a su encuentro desde su propia competencia personal. Esta ha de ser a su vez suficientemente rica y diferenciada como para darle sentido de un modo productivo.
Entre nosotros “ser objetivo” no es tomar el “objeto” como algo externo a nosotros, y medirlo, manipularlo y volver a medirlo, de modo que la manipulación y la medición puedan ser “replicadas” por cualquier otro sujeto, que es lo que define la “objetividad experimental”. Porque nuestra investigación no se refiere propiamente a objetos, sino a “otros sujetos”, con los que entramos en una relación “hermenéutica”, intersubjetiva.
Esta no debe ser arbitraria, pero sí conscientemente y resueltamente individual. El estudioso profesional que interpreta un diálogo de Platón, una norma jurídica, un soneto de Garcilaso o un debate parlamentario, no puede poner entre paréntesis su subjetividad individual, ya que si lo hiciese no entendería nada. Pero es que además sólo el grado de formación y refinamiento de ésta le permitirá hacer una interpretación acorde con el contexto histórico y la calidad de sus textos, y que sirva de algo dentro del nexo actual de ciencia y sociedad en el que realiza su trabajo en cada momento.
La productividad de la relación “hermenéutica” entre el investigador y sus sujetos investigados depende precisamente de que el lenguaje de aquél no se reduzca en absoluto, sino todo lo contrario. En nuestro trabajo tenemos que hablar tanto el lenguaje común de nuestra cultura y de las que estudiamos, actual y pretérito, como en su caso todo tipo de lenguajes especializados, de suyo propios de otras disciplinas, cuando así lo requieren los ”objetos” de los que tenemos que ocuparnos también. Pero lo que finalmente producimos en nuestra docencia y publicaciones es lo que nos permiten producir las competencias lingüística, científica y vital singulares de cada uno, que son fruto del conjunto de su experiencia en cada momento. Sólo desde ellas podemos generar en cada caso el mejor sentido posible a partir de los textos, ya sean jurídicos, artísticos, religiosos o especulativos. La bondad de nuestra producción se mide por la cantidad y calidad del sentido que logramos suscitar en sus destinatarios.
En consecuencia, el trabajo humanístico propiamente dicho no es en general trabajo de equipo, sino individual. Las contribuciones más decisivas en las Humanidades suelen ser libros elaborados por un autor a lo largo de años, no artículos de equipo elaborados en espacios de tiempo breves. Una política científica que privilegie de modo unilateral en nuestro campo los “proyectos de equipo” frente a la hermenéutica individual es equivocada y contraproducente. No obstante, cuando el tipo de trabajo así lo ha requerido, los equipos de investigación han demostrado también su capacidad y rigor metodológico en proyectos de investigación, en grupos de investigación de excelencia o en proyectos europeos.
Pero eso sí, la discusión viva, el debate académico, nos es indispensable. Un humanista sólo forma su lenguaje y su pensamiento en el diálogo con otros. De ahí la importancia de la discusión y los encuentros personales entre nosotros.
Para qué sirven las ciencias humanas
En la actualidad las autoridades del Estado sólo parecen contemplar la necesidad de preservar las Ciencias Humanas como una especie de patrimonio del pasado. Es éste un planteamiento conservador, que ignora la contribución viva y constante de estas “ciencias” a la configuración de la sociedad actual, de sus valores y criterios, y que alienta las políticas tecnocráticas, deja fuera de la política educativa el planteamiento de sus contenidos, y reduce ésta a una posición meramente “asistencial”.
Las funciones fundamentales de nuestro trabajo son:
- La educación: Lo que nosotros aportamos a la sociedad es, en primer lugar, la formación cultural de los educadores de las nuevas generaciones, a los que tenemos que dotar no sólo de conocimientos, sino también de la capacidad de transmitir a los jóvenes, y de fomentar en ellos, un progreso de conciencia y pensamiento sobre el mundo de lo social y lo simbólico que no sea inferior al tecnológico.
- La cultura: nuestra obligación, y el sentido de nuestro trabajo, es transmitir a la sociedad el estado actual del conocimiento histórico y cultural, y poner a su disposición el nivel de reflexión y crítica más alto posible. Nosotros no somos sólo estudiosos de la cultura, sino agentes suyos. Las humanidades académicas producen una parte importante de la cultura, y en todo caso producen y transmiten la capacidad de absorber y utilizar ésta de forma responsable, lo que es crucial a la hora de que la ciudadanía juzgue y actúe por sí misma, sin supeditarse a la manipulación mediática y publicitaria. Porque una sociedad no debe ir a la zaga de su propia tecnología en el terreno del conocimiento de lo social, de la argumentación política, de las convicciones éticas, del gusto estético, del juicio práctico en las situaciones críticas de la vida, o de la percepción de los problemas de la convivencia. Y de eso nos ocupamos nosotros.
- Ciudadanía y civilización: nuestros campos de estudio y acción son las conciencias individuales, las relaciones entre las personas, y la gestión tanto de la cosa pública como de los ámbitos privados en los que se desarrolla la vida de los ciudadanos. Para ello intentamos proporcionar a éstos, por medio de las instituciones educativas y de los medios de comunicación, un buen conocimiento de los progresos que los seres humanos han logrado, con tiempo y esfuerzo, en el campo de la reflexión teórica y en el de la gestión práctica de sus vidas, con el fin de que, conociendo las causas de los errores del pasado, se los pueda evitar en el futuro, y de que nuestro pensamiento sea autónomo, nuestras reacciones razonables, nuestras decisiones meditadas, nuestros planes productivos y nuestras estrategias inteligentes. Nuestro cometido es civilizar a la gente, y proteger así a la sociedad de las atroces recaídas en la barbarie que hemos vivido en pleno siglo XX.
- Humanismo: los humanistas intentamos extraer de las culturas las formas más refinadas y productivas de pensamiento y producción artística, comprenderlas y crear los medios para que el resto de la sociedad pueda también pensar y percibir a ese nivel. Estudiamos las formas de organizarse las sociedades humanas del pasado y el presente para detectar lo que en ellas favorece en medida mayor el desenvolvimiento de la personalidad de todos los seres humanos, la satisfacción de sus necesidades materiales e intelectuales, y la fluidez y la paz en las relaciones entre individuos, grupos y países. Y estudiamos los documentos más hermosos y estimulantes de la actividad artística de los seres humanos, en todo tiempo y lugar, para contribuir a refinar el gusto nuestro y de los siguientes, y proporcionar a todos los miembros de la sociedad recursos para vivir una vida inteligente, autónoma y placentera, sin necesidad de obnubilarse con consumismos y sustancias enajenantes. Y estudiamos también críticamente, claro está, las negaciones de todo esto.
Intentamos, en una palabra, que en nuestra época y en nuestro país el concepto de lo humano no caiga por debajo de donde puede y por lo tanto debe estar.
- Política: nuestro trabajo es el que produce el conocimiento objetivo e histórico necesario desde el cual la sociedad, a través de la participación política, puede ganar e imponer los criterios adecuados para que el Estado se organice y funcione como mecanismo de seguridad jurídica general, de satisfacción de las necesidades y de igualdad de oportunidades. Lo que nosotros le suministramos a la sociedad que nos financia son ideas productivas para mejorar esa misma sociedad, y criterios para distinguir entre progreso cultural, social y político, y retroceso o involución.
Porque el progreso social, económico y cultural no es sólo fruto de las ciencias experimentales y de la tecnología, sino ante todo de la forma como una sociedad se interpreta y organiza a sí misma, y constituye espacios en los que, entre otras cosas, ciencia y tecnología pueden desarrollarse y aplicarse sin obstáculos. Este progreso es el fruto de una reflexión humanística que en Europa se ha ido desarrollando a lo largo de siglos de estudio e interpretación combativos, y a la cual debemos ideas como las de democracia, derecho, dignidad, solidaridad, e incluso “objetividad” y “ciencia”.
Para que la sociedad no caiga en el alarmante embrutecimiento que encuestas, informes sociológicos y policiales, noticiarios y documentales muestran día tras día en los medios de comunicación, los políticos deberían salir del binomio “economía y tecnocracia”, que siempre deriva también en crudas luchas por el poder, electoralismos y desequilibrios sociales crecientes, y hacer de la producción humanística de sus instituciones educativas e investigadoras un uso constante y competente. Pues sólo a partir de ella podrán abordar con perspectivas de éxito problemas como el de la incapacidad de la sociedad actual para ofrecer contenidos satisfactorios y no destructivos a sus diversos sectores de edad y círculos sociales y culturales; el de prevenir la violencia disparatada (política, doméstica, callejera); el de encauzar la energía de los jóvenes hacia esfuerzos productivos para ellos y para los demás; el de posibilitar una participación política informada y responsable, o el de generar espacios cada vez mayores de paz y disfrute personales.
La responsabilidad que sobre esos problemas recae en los políticos no puede ejercerse al margen del conocimiento que elaboramos los humanistas, a partir de nuestro estudio y reflexión sobre tales problemas a lo largo de la historia.
Reforma Universitaria
España afronta en la actualidad la tarea de reformar su Universidad, pero no puede ni debe hacerlo sólo para que sea “rentable” desde criterios economicistas parciales, sino ante todo para que pueda cumplir su función general, que es crear y transmitir conocimiento en todos los terrenos en los que el ser humano puede aspirar a mejorarse y mejorar su situación.
Los criterios desde los que se pueden juzgar esas mejoras se elaboran en las Ciencias Humanas: Filosofía, Filología, Derecho, Ciencias Sociales, como parte de su trabajo ordinario. Si éste no es debidamente apoyado y aprovechado, no habrá reforma eficaz de la Universidad, y seguiremos revocando su fachada con tecnicismos ornamentales, y enterrando dinero en controles y evaluaciones que no están conectados a ninguna política real de debate, corrección ni enmienda de nada, y que por lo tanto quedan sin otras consecuencias que las represivas contra los “suspendidos”.
El tantas veces consignado fracaso de nuestro sistema educativo, al cabo de tantas reformas; la insuficiente capacidad de nuestros jóvenes para hablar, leer y escribir, proyectar inteligentemente sus vidas y participar productivamente en los diseños sociales: eso no se arregla presentando ante algún Ministerio “proyectos científicos y tecnológicos” con “memoria, objetivos, medios disponibles y necesitados, cronograma y visto bueno” de quien sea, ni con trifulcas parlamentarias y autonómicas sobre una o dos clases más de tal o cual asignatura a la semana. Eso se arregla permitiéndonos a los de Letras hacer y transmitir bien nuestro trabajo, sin distorsionarlo con modelos de productividad ajenos ni con sesgos localistas, ideológicos o partidistas en la financiación, y sin forzarnos a hacer las cosas como los químicos o los informáticos. En esto es la actitud de los políticos y de la Administración la que tiene que cambiar.
La esencial dimensión política de las Ciencias Humanas queda inoperante si su desenvolvimiento en las instituciones públicas se gestiona equivocadamente, y si además se mantienen cegados los canales de comunicación entre ellas y las instancias de decisión en las políticas educativa y cultural, que es lo que ocurre actualmente.
Cómo deben gestionarse las ciencias humanas en la política científica
Las ciencias humanas son mucho más baratas de mantener que las otras, pero su gestión es más difícil, compleja y sutil, porque para hacerlo bien aquí no se pueden obviar los juicios individuales fundados, ni suplirlos con cifras tomadas de tablas de parámetros y puntuaciones basadas casi siempre en opciones coyunturales. La selección de un profesor o de un proyecto de investigación, una beca, la financiación de un congreso, no se pueden decidir en nuestro campo productivamente si no es mediante valoraciones individuales de los contenidos, suficientemente motivadas, argumentadas y contrastadas. Decidirlos como se hace ahora, sumando “puntos” distribuidos conforme a criterios tomados de otros campos, por falta de comprensión de nuestros verdaderos objetos, métodos y rendimientos, es despilfarrar el dinero y contribuir a la irracionalidad y al descontrol de la gestión de los medios, cosa que siempre se traduce en atajos de mediocridad. De hecho, fabricarse hoy día un currículo humanístico apto para sacar dinero de la política científica es lo más fácil. Lo difícil es obtener ese dinero haciendo las cosas bien.
Eso es lo que los humanistas aspiramos a que los políticos entiendan e intenten corregir, y para lo que ofrecemos nuestra cooperación y asesoramiento. Para mejorar nuestra productividad es indispensable, pero verdaderamente difícil, distinguir con claridad entre progresos reales del conocimiento y meras “modas” ideológicas, y administrar el dinero de la investigación conforme a esa distinción. El siglo XX ha sido en las Ciencias Humanas un auténtico remolino de ideas y textos que afloran y desaparecen de la escena pública y del estudio en virtud de ventoleras ideológicas, a lo que contribuye no poco la vulnerabilidad de las instancias políticas de financiación a influencias mediáticas parciales e interesadas.
Creemos por todo esto que urge abrir un debate público de política científica, franco y sin exclusiones, sobre el sentido y cometido de las Ciencias Humanas en la España actual y en sus políticas educativas, científicas y culturales, antes de tomar medidas de gestión con consecuencias insuficientemente calculadas.
Atentamente,
Román Álvarez Rodríguez,
Decano, Facultad de Filología,
Universidad de Salamanca
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