dilluns, d’agost 28, 2006

Carta oberta de François Leotard a Mahmoud Ahmadinedjad


M'avinc a copiar sencera la carta de Leotard, la qual em sembla important per un motiu i una raó. Motiu: la signaria jo fil per randa, és més, m'encantaria haver-la escrit; em mou a llegir-la en veu alta, a trancriure-la, a donar-la a conèixer. Raó: la signa un polític francés rellevant, aproximadament en actiu; que, des de les altes esferes polítiques es comenci a tenir consciència de què cal parlar clar és -siguem optimistes- una bona notícia; cal, a més, valorar la valentia, ja que (cas Arístegui com a referent proper) no només les sap el vent, les paraules.

Señor Presidente:

Francamente, al comenzar esta carta no me provocaba llamarlo de ese modo. Dicho título implica un mínimo de respeto. Lo hago, sin embargo, porque es usted quien se expresa en nombre de los iraníes. Sobre las fotos, lo veo a usted ante multitudes, rostros y manos alzasas.

Sin duda uno podría adivinar cierta forma de entusiasmo, en todo caso, de adhesión. Hemos conocido, en Europa, esas multitudes. Fue un mal momento para nosotros. Un período trágico del que seguimos arrastrando la vergüenza y la angustia.

Uno de los pueblos más cultos del mundo, un pueblo que había elevado en alto grado la filosofía, la música, la poesía, un pueblo que había asombrado a sus vecinos por su resplandor, se había hundido en el odio, la locura racial, la ignominia.

Decenas de millones de individuos sufrieron, en su carne, su cultura, su dignidad, esa extraña barbarie que quería hacerse ver como un "nuevo orden". Fueron en primer lugar los ciudadanos de ese Estado, alemanes, luego y poco a poco los demás, todos los demás. A esa locura se le llamó una guerra mundial.

Pero fue, sobre todo, una guerra contra lo que había de humano en nosotros. Se quemaron los libros, los niños fueron deportados y asesinados, las inteligencias fueron quebradas. Todo lo que honraba al hombre fue pisoteado.

Y luego, llego a usted: una parte de la especie humana, el pueblo judío, fue destinado al infierno. Oh, se lo concedo, sólo una parte. No eran ni los más numerosos, ni los más ricos, ni siquiera los más influyentes.

Eran hombres y mujeres que habían llevado consigo durante mucho tiempo y desde muy lejos, su fe, sus preguntas sobre el mundo, sobre Dios, sobre la necesidad de vivir o de sufrir, sobre la alegría de amar. Generalmente, frecuentaban los libros. Reflexionaban mucho, no comprendían por qué no eran queridos, por qué se les llamaba "subhumanos", Untermensch, por qué se les consideraba insectos...

Fueron perseguidos en toda Europa, ahorcados, fusilados, quemados... Usted sabe perfectamente todo eso, pero lo evoco ante usted por lo menos por tres razones:

- La primera, es que nosotros (digo "nosotros", como modo de hablar) no aceptaremos que todo vuelva a comenzar. Yo no soy judío, pero los judíos son, como los persas, mis hermanos en humanidad.

- La segunda, es que ellos tienen el derecho, como usted, como yo, de tener una patria. Que sea Francia o Israel, ello no cambia nada el asunto.

- La tercera razón, no le gustará a usted. Pero, mala suerte: es que ellos le aportan al mundo (y probablemente es eso lo que usted quiere "borrar del mapa") una concepción del hombre y su destino que ha enriquecido varios siglos de civilización, y que honra tanto al pueblo judío como al Estado de Israel.

Señor Presidente, usted tiene el derecho a ser nacionalista. Usted tiene el derecho de sentirse orgulloso de la historia del pueblo persa. Usted tiene el derecho de ser creyente y de orarle al Dios "clemente y misericordioso" citado al principio de cada "sura" del Corán.

Usted, sin embargo, piensa que tiene el derecho de obligar a las mujeres a ocultar la cara tras un velo, de torturar a los opositores, de encarcelar a los periodistas que lo contradicen, de condenar a muerte a niños, de perseguir a sus minorías, de iniciar "guerras santas" contra "los infieles".

Pero usted no tiene el derecho de imponerle a Israel la mirada turbia, imbécil y llena de odio que acompaña a sus discursos. Y es que me parece que usted odia en ese Estado, la libertad de expresión, la diversidad de los partidos, el papel de la oposición, la modernidad, la independencia de los poderes y de la justicia, la investigación universitaria, los descubrimientos y nuevos inventos; y sin duda también la valentía que ahí existen.

Es decir todo lo que nosotros tenemos el derecho de admirar.

Los hombres que organizaron la reunión de Wannsee,en la que se decretó el exterminio de los judíos de Europa ya murieron. Naturalmente, al igual que todos nosotros, usted seguirá ese destino.

Deseo solamente para usted mismo, para el pueblo persa, para los jóvenes niños de Irán que le sobrevivirán, que nadie se sienta con ganas de ir a escupir sobre su tumba.

François Loetard, (ex Ministro francés), julio de 2006