dissabte, de juny 12, 2004

Magris

Claudio Magris recollirà el proper premi Príncep d'Astúries de les lletres. Me n'alegro. Tinc davant l'exemplar del seu llibre El Danubio, editat a Anagrama. L'he anat a buscar a l'estanteria; com que tinc costum de posar la data als llibres, sé que el vaig llegir l'any 1992. La impressió general es manté viva, algunes pàgines en particular les recordaré sempre. És un llibre que m'hagués agradat escriure, impressionista i alhora profund, erudit i alhora humà; una elegància suau, lluny de tota estridència. Tot fullejant-lo, hi trobo unes paraules ajustadíssimes sobre tres personatges que m'interessen especialment:

- Céline se ha dejado deslumbrar por la revelación del mal. Ha escuchado la voz de la abyección, decía Bernanos, como un confesor de un barrio miserable; sin embargo, no ha sido capaz, como lo son en ocasiones los viejos confesores, de echar una cabezadita entre un penitente y otro, cansados de la repetición de los previsibles pecados, no ha visto la estereotipada banalidad del mal.

- En el vestíbulo se ven sombrero y bastón, como si Freud hubiera acabado de llegar; hay un maletín de médico, un baúl de viaje y una botellita con una funda de piel, la cantimplora que llevaba consigo en los paseos por los bosques, que amaba con la precisa cotidianeidad del padre de familia. (...) en la pequeña sala de espera quedan unos cuantos libros de la verdadera biblioteca de Freud: Heine, Schiller, Ibsen, los clásicos que le enseñaban la discreción, el rigor i la humanitas indispensables para descender a los infiernos. Ese bastón y esa cantimplora proclaman toda la grandeza de Freud, su sentido de la medida y su amor por el orden, su sencillez de hombre decidido y sin manías, que -adentrándose en los remolinos de las ambivalencias humanas- aprende y enseña a amar todavía más, con más libertad, esas excursiones familiares por el monte.


- La abuela Anka ha tenido cuatro maridos. A dos -el segundo con el cual vivió veinte años, y el último, al que conoció a avanzada edad- los quiso mucho, a los otros dos los soportó con paciencia. Sin embargo, amor y aburrimiento no influyeron lo más mínimo en su dedicación ejemplar, porque el matrimonio era para ella una realidad objetiva, que la incertidumbre de los sentimientos no podía arañar.
En su vida no existe el lamento, la repulsa de las desventuras, ni para sí ni para los demás. No se compadece de sí misma ni de nadie, ni se le ocurre temer a la muerte ni turbarse por la de otro, aunque está dispuesta a ayudar a quien lo necesita, ignorando el cansancio y la misma idea de sacrificio; en su mundo las cosas simplemente ocurren.


Tots tres són morts, Céline, Freud i l'àvia Anka. Sortosament, tenim Magris que els evoca. Jo, que no sóc ni he pogut ser mai l'àvia Anka, a vegades temo que algun dia ningú no sàpiga ja recordar-los.