dissabte, d’octubre 20, 2007

Perquè ell és ell i perquè jo sóc jo





Així explica Montaigne la seva fonda amistat amb La Boétie. La fòrmula posa de manifest tant la distància com la proximitat, i ens aboca, així, a la qüestió més difícil de calibrar i de sostenir en les relacions humanes. L'honestedat i el risc de mirar-se en un mirall que no reflecteix la pròpia imatge i, tanmateix, l'esguarda i l'entoma. És lent i estrany el camí, però en tot nen hi ha una epifania de l'autoconsciència, un moment probablement precís de lucidesa, es recordi o no, on jo sóc jo i ells són ells per primera vegada. Freud explica (no sé on, no pas en la seva succinta Autobiografia; ho he comprovat) que, essent molt petit, un dia va veure des de la finestra com s'allunyaven de casa els seus familiars, i davant la soledat, davant del terror de la soledat, va gaudir, per primer cop, del poder tranquil.litzador de saber-se ell mateix, diferent i independent de tota altra cosa. Tinc un amic el qual, sense haver llegit Freud, explica el seu record quasi amb les mateixes paraules. En el meu cas, de sempre que em remeto a un primer record infantil de mi mateixa, fet d' imatges borroses i paraules precises: Sóc al llit, dreta damunt del llit, m'acabo de despertar i intento vestir-me; em dic: Ja tinc tres anys, ja puc vestir-me sola. Molts artistes expliquen, també, la revelació súbita i irrevocable de la seva vocació; així, Rodin, el qual no havia destacat en res, no s'havia apassionat per res, fins que es va matricular a una escola d'arts i oficis, on des del primer dia les seves mans van topar amb el fang, i s'hi van, com qui diu, fondre. Aquest cap de setmana, he vist una pel.lícula documental immensa, que recomano vívament, Esto es ritmo, on un afamat ballarí i coreògraf anglès parla de la tristesa de la seva infància sense mare, de l'abandó als disset anys de la casa paterna, on sempre s' havia sentit estrany, del seu trasllat del camp a la ciutat, Londres, i del seu pelegrinatge per una existència insatisfactòria, sense objecte, blana i banal, fins que, en una tarda de cine per a passar l'estona, descobreix el ballet de la mà de la gran Fontaine i el gran Nureyev; l'endemà mateix es va matricular a una escola de ball.


La mente es una especie de teatro en el que distintas percepciones se presentan en forma sucesiva; pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones. No existe en ella, con propiedad, ni simplicidad en un tiempo, ni identidad a lo largo de momentos diferentes, sea cual sea la inclinación natural que nos lleve a imaginar esa simplicidad e identidad. La comparación del teatro no debe confundirnos: son solamente las percepciones las que constituyen la mente, de modo que no tenemos ni la noción más remota del lugar en que se representan esas escenas, ni tampoco de los materiales que las componen. (David Hume)

I, malgrat tot, anem fent que jo sóc jo i ell és ell. I perquè ell és ell i jo sóc jo, em plau de retre-li homenatge. Qui sap? Potser quan totes les percepcions s'hagin anat desprenent de la memòria, com les fulles caduques ara, a la tardor, i ja ningú pugui dir d'ell que és ell... Potser, llavors, aquest ésser simple i idèntic que no compareix mai es reveli per fi, i el reculli i l'aculli. I el resguardi.






2 comentaris:

claudio ha dit...

Acabo de leer 'Vencer los miedos' de Luc Ferry.
Copio un largo fragmento, que su interesante escrito me ha evocado. (pags: 238-241)
Naturalmente, puede obrar como crea más oportuno si lo considera inapropiado o excesivamente largo.


"....Ahora bien, precisamente esto es lo que Pascal ha pensado como ningún otro antes que él, en su filosofía del amor. Únicamente él da su valor y su sentido últimos a este proceso de "ampliación" del horizonte que puede y debe guiar la experiencia humana. (...) Un fragmento sublime, de los Pensamientos de Pascal (323), nos ayudará a comprenderlo mejor. Él se pregunta sobre los objetos de nuestras afecciones al mismo tiempo que sobre la identidad del yo. Tengo que citarlo entero a fin de que cada uno puda tenerlo presente en la mente:

'¿Qué es el yo?
Un hombre que se asoma a la ventana para ver a los que pasan; si yo paso por ahí, ¿puedo decir que se ha asomado para verme a mí? No, porque no piensa en mí particularmente. Pero el que ama a alguien por su belleza, ¿lo ama? No, pues la viruela, que acabará con la belleza sin acabar con la persona, hará que ya no lo ame.
Y si me ama por mi discernimiento, por mi memoria, ¿me ama a mí? No, porque puedo perder esas cualidades sin perderme a mí mismo. ¿Dónde está entonces ese yo si no está en el cuerpo ni en el alma? ¿Y cómo amar el cuerpo y el alma sino por sus cualidades, que no son lo que hace al yo, puesto que son perecederas? Pues, ¿amaríamos la substancia del alma de una persona abstractamente y algunas cualidades que le perteneciesen? Esto no es posible y sería injusto. Por tanto, nunca se ama a nadie, sino solamente cualidades.
No nos burlemos más por tanto de los que se hacen honrar por sus cargos y oficios, puesto que no amamos a nadie más que por sus cualidades prestadas'

De ahí la conclusión que se extrae generalmente de este texto, a saber, que el yo, del que Pascal ya nos había dicho que era detestable, no es plausible como objeto de amor. En efecto, parece, en un primer momento al menos, que me aferro antes que nada a las particularidades, a las cualidades íntimas del ser que pretendo amar: su belleza, su inteligencia, etc. Pero, como tales atributos son ante todo perecederos, algún día u otro debo dejer de amarlo, lo que, como Pascal advierte en otro fragmento (123), confirma la experiencia más banal: 'Ya no ama a esa persona a la que amaba hace diez años. ¡Me lo creo! Ya no es la misma, ni él tampoco. Él era joven y ella también; ella es otra. Tal vez él la amaría tal y como era antes...' Por eso descubre que lejos de haber amado en el otro lo que tenía por su 'particularidad' más esencial, uno sólo se aferra a cualidades abstractas, que se pueden encontrar, llegado el caso, en cualquier otro: la belleza, la inteligencia, el coraje, la fuerza, no son propias de este o aquel, no están necesariamente ligadas de manera íntima y particular a la 'substancia' de un ser, sino que son, por así decirlo, intercambiables. Seguramente, el antiguo amante del fragmento 123, si piensa así, se divorciará y buscará una mujer más joven y bella, y en eso, muy semejante a aquella con la que se había casado diez años antes...Ahí Pascal describe, mucho antes que Hegel, que lo lo particular y lo universal abstracto, lejos de oponerse, 'pasan del uno al otro' y no constituyen más que una verdad. Yo creo captar el corazón de un ser, su intimidad más íntima, amándolo por sus cualidades, pero la realidad es otra: yo no capto de él más que atributos tan anónimos como un cargo o una condecoración, y nada más.
En otros términos (...): lo particular no era lo singular. Sólo, en efecto, la singularidad que supera a la vez lo particular y lo universal puede ser objeto de amor. Si nos atenemos únicamente a las cualidades particulares/generales, no amamos nunca anadie y, desde esta óptica, Pascal tiene razón, ¡hay que dejar de reírse de los vanidosos que buscan honores, porque nosotros no somos superiores a ellos! Lo que hace que un ser sea amable, lo que da el sentimiento de poder escogerlo entre todos y de continuar amándolo cuando la enfermedad lo haya desfigurado, es lo que lo hace irremplazable, eso y no otra cosa. Lo que se ama en él (y él ama en nosotros en su caso) y que en consecuencia debemos tratar de descubrir tanto en los demás como en uno mismo, no es la particularidad pura, ni las cualidades abstractas (el universal), sino esa singularidad que lo distingue y lo hace único. A aquel o aquella a quien se ama, puede decirse afectuosamente, 'gracias por existir', pero también, con Montaigne evocando a su amigo La Boétie, 'porque eras tú, porque era yo', pero no: 'porque era hermosísimo, rico e inteligente..."

lola ha dit...

Muchas gracias, Claudio. Estoy muy de acuerdo con Ferry. Ahí Pascal patina lamentablemente, no es de extrañar su abismal sentimiento de soledad y de pequeñez ante el universo y ese jugarse a Dios o jugar con Dios, entre irónico y desesperado.

He amado con intensidad a quien ya no era él para él, pero seguía siendo singular e irrepetible. Sé de lo que hablo.

Lola