L'Adéu del Papa m'ha atrapat llegint l'opuscle de Carl Schmitt,<Catolicismo romano y forma política.
En destaco un pràgraf sobre la racionalitat de l'Església, que depèn, històricament, però també en essència, de la institució, sempre tan criticada pels bonistes.
En la lucha contra el fanatismo sectario, la Iglesia siempre se ponía del lado del sano uso de la razón, reprimiendo durante toda la Edad Media, como muy bien ha mostrado Duhem, la superstición y la magia. Hasta Max Weber constata que el racionalismo romano sigue viviendo en la Iglesia, y que ella supo superar magníficamente los delirantes cultos dionisíacos, el éxtasis y el ahogamiento en la contemplación. Tal racionalismo radica en el carácter institucional de la Iglesia y es, esencialmete, jurídico; su gran aportación consiste en haber hecho del sacerdocio un oficio, pero esto, a su vez, de un modo peculiar. El Papa no es el profeta, sino el representante de Cristo. Una configuración así mantiene alejado todo el salvaje fanatismo de un profetismo desenfrenado.
Òbviament, encara estem amenaçats pels deliris de tot tipus de profetes.